Hace un buen rato que no escribo. Tengo algunas cosas guardadas como borrador, pero aún no les veo cara de estar listas para publicarse. Paciencia.
Hoy sólo vengo a compartir con ustedes dos cosas: una duda existencial y el secreto de cuál es el lugar del que proviene la inspiración para mis manzanas más agresivas contra la educación ajena. Pues bien, este horrible lugar – donde el anonimato permite que, sin sospecharlo, cualquier persona inocente pueda volverse testigo de las más nefastas formas de pensar en este mundo – es el baño de niñas de mi escuela.
Resulta ser que la última joya de sabiduría juvenil que escuché en ese lugar fue esta:
"No, wey, te tienes que aplicar para que no quiera cortar contigo porque te necesita para estar bien."
A ver...
¡¿Soy la única que cree que ese comentario raya en las inclinaciones criminales?!
Digo, corríjanme si estoy mal, pero según yo:
- Nadie debería NECESITAR a otra persona para estar bien. Eso de las "medias naranjas" está horrible. Nadie puede ir por la vida siendo media persona e intentar hacer a alguien más responsable de su felicidad. Todos debemos ser frutas completas, o al menos lo más completas que podamos. El amor no es algo que pase entre medias naranjas; eso es codependencia. El amor se da entre naranjas completas. Y, a veces, entre una naranja y una pera.
- Querer ser indispensable para la felicidad de alguien no sólo habla de inseguridad, sino de malicia. Cuando quieres a alguien quieres el bienestar de esa persona. Cuando de verdad te importa alguien, lo último que quieres es condicionar su plenitud a tu presencia. No querer que alguien esté bien sin ti es como querer tirar un plato al piso para que se rompa sólo porque no puedes quedártelo. Oh... eso explica muchas cosas.
Para empezar, no sé qué alcance darle a esa manera de pensar. Porque la he visto en muchos lugares, pero no sé si viene de la familia, de las escuelas, del algún círculo social específico, de México, Latinoamérica, Norteamérica, la cultura occidental, o si todo el planeta Tierra está tan mal.
Voy a exhimir de culpa a la religión, sólo por esta vez, porque la mayor parte de los mexicanos profesan algún derivado del cristianismo, y las pocas veces que me he dignado a hacer caso en misa, todo parece girar en torno al amor al prójimo y no a la expropiación del prójimo.
Quiero creer que viene, en parte, de los medios (esta teoría pronto será un post y esto será un enlace, lo juro), que son prácticamente omnipresentes en este siglo, y de la falta de interés que las autoridades morales parecen tener en intervenir. Tenemos niños que son bombardeados 24/7 con imágenes, audio e ideas que no necesariamente se parecen a la realidad y que no estaban pensados para ellos. Una compañía hace un comercial donde representa una emoción como parte de su producto; convierte el amor en propiedad para aumentar sus ventas, y confía en que su público tiene la capacidad de distinguir el mundo real de la imagen que se les vende. El problema es que no sólo los adultos están viendo los comerciales, ni las películas, ni los espectaculares, ni las canciones, ni los videos, ni las revistas (Dios, las revistas! Les recomiendo mucho Cosmocking, la sección de The Pervocracy que les mostrará todas las razones por las que odio cierto tipo de revistas). El problema es que, a veces, ni siquiera los adultos tienen bien marcada esa división en sus cabezas. El problema es que esta manera de pensar no es sólo de los niños, adolescentes o jóvenes. Conozco muchísimos adultos que viven tratando a sus seres queridos como propiedad. Y eso me da tristeza. Porque después de tantos siglos de humanidad ya deberíamos saber hacer algo mejor con nuestros sentimientos. El problema es que nuestra sociedad tiende a romantizar el hecho de tratar a las personas como objetos. Es el mismo problema que hace que muchas personas se sientan especiales cuando le provocan celos a alguien. Las personas no son propiedad, y mientras insistamos en tratarlas como tal y creer que eso está bien algo estará muy, muy mal con nuestra manera de hacer las cosas.
Quiero creer que viene, en parte, de los medios (esta teoría pronto será un post y esto será un enlace, lo juro), que son prácticamente omnipresentes en este siglo, y de la falta de interés que las autoridades morales parecen tener en intervenir. Tenemos niños que son bombardeados 24/7 con imágenes, audio e ideas que no necesariamente se parecen a la realidad y que no estaban pensados para ellos. Una compañía hace un comercial donde representa una emoción como parte de su producto; convierte el amor en propiedad para aumentar sus ventas, y confía en que su público tiene la capacidad de distinguir el mundo real de la imagen que se les vende. El problema es que no sólo los adultos están viendo los comerciales, ni las películas, ni los espectaculares, ni las canciones, ni los videos, ni las revistas (Dios, las revistas! Les recomiendo mucho Cosmocking, la sección de The Pervocracy que les mostrará todas las razones por las que odio cierto tipo de revistas). El problema es que, a veces, ni siquiera los adultos tienen bien marcada esa división en sus cabezas. El problema es que esta manera de pensar no es sólo de los niños, adolescentes o jóvenes. Conozco muchísimos adultos que viven tratando a sus seres queridos como propiedad. Y eso me da tristeza. Porque después de tantos siglos de humanidad ya deberíamos saber hacer algo mejor con nuestros sentimientos. El problema es que nuestra sociedad tiende a romantizar el hecho de tratar a las personas como objetos. Es el mismo problema que hace que muchas personas se sientan especiales cuando le provocan celos a alguien. Las personas no son propiedad, y mientras insistamos en tratarlas como tal y creer que eso está bien algo estará muy, muy mal con nuestra manera de hacer las cosas.
Así que ahora... ¿qué procede? ¿Cómo le enseñamos a las futuras generaciones que el amor no se trata de ser dueños de una vida ajena sino de compartirla? ¿Cómo nos educamos a nosotros mismos para enseñarles eso con el ejemplo en vez de sólo decírselos? Porque las palabras no sirven por sí solas. Se necesita congruencia al enseñar. Pero entonces ¿Cómo logramos que se entienda que querer a alguien se trata de ser complementarios y NO dependientes? ¿Cómo le quitamos el tono deseable al "te necesito"?
Tal vez sería un buen comienzo considerar que, sin importar cuántas películas nos digan lo contrario, es mucho más agradable que una persona DECIDA tenerte en su vida que estar en esa vida porque la otra persona es incapaz de decidir excluirte. Si ser necesarios nos hace responsables de una felicidad ajena que (por poderosos que nos creamos) no controlamos, ¿no sería mejor siempre ser opcionalmente bienvenidos?
Comenten, gente. Por aquí o por otro medio, pero comenten. El chiste de este blog es que haya diálogo, no monólogos. Así que digan algo, porfis.